Ahí los tienes, retozando en el agua... Menos mal que no me apellido Borbón, que si no me estarían entrando unas ganas tremendas de pegarles cuatro tiros... Mi padre me dejó en herencia unos apellidos, pero sobre todo me legó unos principios. A mis 50 años es demasiado tarde para cambiarlos por otros. A esta edad uno ya sabe lo que va a ser de mayor y no puede disfrazar su forma de ser. Vivir a cuestas con la conciencia es, a veces, una carga pesada. En casa me enseñaron que hablar de política era peligroso. Mi padre aprendió esa lección durante la Guerra Civil. De mi abuela paterna heredé también un nombre, unos apellidos y una mala costumbre: decir lo que pienso. Mi padre se vio obligado en varias ocasiones a llevar a su madre el desayuno al calabozo del pueblo en el que les pilló la guerra en julio del 36. Entre los barrotes le colaba un recipiente con leche recién ordeñada. 25 años después a mí me tocó nacer en Madrid, donde mi padre era dependiente de comercio en una sastrería. Allí le encomendaron una elevada misión. Ninguno de los empleados de aquel establecimiento de la calle Preciados era capaz de entender a los soldados americanos de la Base Militar de Torrejón a los que les gustaba comprar camisas Ike (el nombre de pila de Eisenhower) y polos Lacoste (los de los cocodrilos que también les gusta cazar a los reyes). Los dueños de la tienda decidieron que mi padre estudiase inglés para entenderse con aquellos estadounidenses. Había que hacer caja y no se podía perder ni una venta por un malentendido. Papá se matriculó en horario nocturno. Cuando acababa su trabajo en la tienda, a las ocho de la tarde, se cruzaba en las escaleras de la Academia con otro alumno, rubio y de gran altura. Se llamaba Juan Carlos de Borbón y decían que acabaría siendo el Rey de España. Mi padre, el mismo que no quería que me metiese en líos de política, cuando contaba aquella anécdota firmaba un editorial en toda regla. Siempre decía lo mismo: "No te fastidia que yo tenía que ir a estudiar inglés después de trabajar de sol a sol, pagándome las clases de mi bolsillo y ése iba en horario de tarde y las clases se las pagábamos todos." Así le nace a uno la conciencia republicana... Gracias, papá.
En la tarde del sábado 12 de Julio de 1997 no pude llegar en bicicleta al puerto de Zaldiaran. Me enteré por la radio que habían asesinado a Miguel Ángel Blanco. Me di la vuelta y fui a la sede de RNE en Vitoria para ayudar a los periodistas que estaban de guardia en Euskadi para cubrir lo que pudiera ocurrir después de que se cumpliera el plazo de 48 horas que dio ETA para asesinar al concejal del PP si no se acercaba a Euskadi a los presos de ETA. Fue uno de los asesinatos fruto de la estrategia etarra de "socialización del sufrimiento" avalada por uno de los jerifaltes de Herri Batasuna, Rufi Etxeberria, que hasta el año pasado fue dirigente de Sortu. Tras aquel vil secuestro, las calles de Euskadi dejaron de ser dominadas por ETA y su entorno político. Nadie recuerda en Bilbao una manifestación mayor que la que había pedido la liberación de Miguel Angel Blanco horas antes de su asesinato: concentró a más de medio millón de personas. Fuimos muchos los que descubrimos que l...
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