(Reproducción de un artículo publicado en el libro "La Huella de una Lucha Justa", editado en 2014 por la Asociación de Víctimas del Terrorismo ZAITU)
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La violencia de ETA y yo tenemos la misma edad, pero no me considero un amenazado o perseguido por esa banda terrorista. Sólo soy un periodista del montón. Nací en Madrid el 17 de Julio de 1961, el día en que la banda armada intentó descarrilar un tren en el que veteranos de guerra franquistas viajaban a San Sebastián para celebrar el 25 aniversario del llamado Alzamiento Nacional. Aquello les salió mal, pero en los siguientes 50 años asesinaron a 853 personas, según el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo de Vitoria.
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La violencia de ETA y yo tenemos la misma edad, pero no me considero un amenazado o perseguido por esa banda terrorista. Sólo soy un periodista del montón. Nací en Madrid el 17 de Julio de 1961, el día en que la banda armada intentó descarrilar un tren en el que veteranos de guerra franquistas viajaban a San Sebastián para celebrar el 25 aniversario del llamado Alzamiento Nacional. Aquello les salió mal, pero en los siguientes 50 años asesinaron a 853 personas, según el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo de Vitoria.
Hasta 1973, ETA asesinó a
diez personas. Aquel mismo año de la Operación Ogro que acabó con la vida de
Carrero Blanco, mi familia se estableció en el pueblo de mis abuelos maternos:
Villasana de Mena (Burgos) y yo empecé a estudiar en Güeñes (Bizkaia). Durante
6 años comía en Euskadi y dormía en España. Desde entonces soy un hombre de
frontera.
Entre 1974 y 1979, ETA
asesinó a 204 personas. En el colegio descubrí el nacionalismo, una ideología
mítica en nombre de la cual muchos vascos soñaban con una patria independiente
mientras unos pocos empuñaban las armas contra España. Vivir de adolescente las
peripecias de la Transición me hizo un apasionado de la Política. Expresarse en
libertad entrañaba riesgos como la propagación de bulos sobre mi falsa presencia
en manifestaciones de ultraderecha. Ya por aquel entonces me encantaba sacar mi
lengua a pasear y un compañero de clase pensó que la difamación lograría cerrar
mi boca disidente. También recuerdo los “atentados” contra las pegatinas no
nacionalistas que coleccionaba en mi clasificador escolar. La mayoría de las pegatas eran abertzales o de izquierdas,
pero sólo ofendían las otras.
Entre 1980 y 1984 ETA
asesinó a 223 personas. Aterricé en el campus de Leioa de la Universidad del
País Vasco en aquellos años de plomo. Los terroristas batieron su record
sangriento de muerte en el 80, con 92 asesinatos. Cada 4 días, un crimen.
Fueron también jornadas convulsas en la Universidad, pero no recuerdo que
hubiese ni un solo paro o huelga en señal de cabreo por aquellos asesinatos. En
cambio, cada dos por tres las clases se paraban en protesta por las detenciones
de etarras o por los asesinatos promovidos por la extrema derecha o el GAL. En
aquellas asambleas estudiantiles sólo se atrevían a tomar la palabra los
nacionalistas, principalmente los partidarios de Herri Batasuna. Sólo recuerdo
que en una ocasión habló desde la tarima un joven barbudo que se presentó como
militante de las Juventudes Socialistas. En contra de mi pronóstico, no le
lapidaron. Yo formaba parte del rebaño de ovejas calladas. Jamás dije en
público que me parecía una salvajada asesinar guardias civiles. Sólo me atrevía
a exponer mis opiniones políticas en privado o en grupos reducidos de personas
de las que sabía el pie del que cojeaban. La cólera que me invadía el alma con
cada nuevo asesinato terrorista sólo se manifestaba frente a conocidos. Sin
embargo, la calle callaba. Euskadi se había convertido en un Gran Matadero, el
Imperio de la Violencia. El PNV gobernaba desde las poltronas gracias al voto
popular. HB mandaba en las plazas y calles gracias al miedo y una enfermedad
moral colectiva que fue calando como el sirimiri a la sociedad vasca.
Entre 1985 y 1998 ETA
asesinó a 334 personas. En el 85 aprobé una oposición de redactor en RNE en
Vitoria. Incluso en la capital alavesa, la calle era Territorio Comanche de un Movimiento Nacional que se decía
liberador del Pueblo Vasco. Algunos abertzales radicales me demostraban que se
sentían ofendidos por la letra “E” de España en el micrófono de RNE.
En 1985, la calle empezó a
cambiar. A las siete y media de la tarde del 26 de noviembre, unas doscientas
personas se concentraron en silencio en la Plaza Circular de Bilbao tras una
pancarta en la que podía leerse: “Han matado a un hombre. ¿Por qué no la Paz?”
La víspera, ETA había asesinado a 3 personas: en San Sebastián al cabo del
Ejército Rafael Melchor y al soldado José Manuel Ibarzabal y en Pasaia al
guardia civil Isidoro Díez Ratón. A partir de ese día, los asesinados empezaron
a tener cara, nombre, apellidos y familiares. Dejaron de ser sólo policías,
militares o guardias civiles. Estaba
naciendo un movimiento ciudadano que acabaría convirtiéndose en la primavera de
1986 en la Coordinadora Gesto por la Paz de Euskalherria. Tras una entrevista
radiofónica a José Mari Salbidegoitia, uno de los promotores de ese movimiento
pacifista en Vitoria, me apliqué el cuento y empecé a acudir a las
concentraciones silenciosas. Aquella experiencia de rechazar la violencia en
público me reconcilió con mi condición de ciudadano.
Entre el 83 y el 87, el GAL
asesinó a 27 personas. El terrorismo de Estado fue apadrinado por Felipe
González y amparado por sus primeros gobiernos socialistas. La guerra sucia dio
alas a ETA, que por fin tuvo razones de peso para hablar de un conflicto que
hasta entonces sólo era un invento creado por seudohistoriadores nacionalistas
que habían convertido las leyendas en agravios contra la raza vasca. Los
asesinatos del GAL y el tibio castigo de la Justicia contra sus fundadores,
pistoleros y secuestradores llenaron de argumentos las vacías mochilas de los
discursos de HB y de los comunicados de ETA. Nunca sabremos cuántos años se
prorrogó esta historia de dolor por culpa de aquel Gran Error.
En mayo de 1998 empecé a
trabajar en TVE en Vitoria. El 12 de setiembre de aquel mismo año los
nacionalistas firmaron el Pacto de Lizarra para abrir una negociación que
acabara con el terrorismo de ETA. Cuatro días después, la banda armada anunció
una tregua indefinida y sin condiciones. Fui un ingenuo. Creí que iba en serio.
Como cronista político, tuve la oportunidad de contar el relato de aquellos
vertiginosos días. Sin ETA, informar y preguntar libremente era más fácil, pero
fueron los años de la más grosera manipulación política que ha vivido TVE. Bajo
el mandato de Alfredo Urdaci en la jefatura de Informativos, se nos exigía a
los periodistas que cargáramos nuestras informaciones con perversas intenciones
políticas. El PNV y la izquierda abertzale se convirtieron en el enemigo a
batir. También en los medios. No era fácil buscar el equilibrio y el reparto de
tiempos entre los partidos en las crónicas parlamentarias para Telediario. A la
vez, las presiones de los partidos sobre los medios de comunicación se
redoblaron. Un ejemplo: los herederos de HB intentaron prohibir el acceso de
algunos periodistas a la Sala de Prensa del Parlamento.
1999 fue un año sin
asesinatos de ETA, pero la fiesta terminó en enero de 2000, con la bomba que
acabó con la vida del teniente coronel Pedro Antonio Blanco en Madrid. En
febrero, me tocó vivir muy de cerca la semana más intensa de mi vida
profesional: el asesinato de Fernando Buesa y su escolta Jorge Díez Elorza. Por
primera vez, sentí miedo y me negué a empotrarme como periodista de TVE en la
campaña electoral de Euskal Herritarrok. La cita con Arnaldo Otegi y los suyos
en San Juan de Luz estaba convocada sólo dos días después del doble crimen de
Vitoria. Una compañera de Madrid tuvo que venir a Euskadi a cubrir aquella
campaña electoral de EH. Al terminar su trabajo, poco antes de volver a Madrid,
me dijo que yo era un exagerado. Tal vez… Lo cierto es que aquel invierno de
2000 retiré mi nombre del buzón de mi casa. En mayo, ETA asesinó al periodista
José Luis López de Lacalle. Mientras, mis superiores dotados de guardaespaldas
nos pedían que obedeciésemos a Madrid “salvo cuando nos mandasen tirarnos de
una ventana” o se escondían parapetándose detrás de un tricornio cuando las cámaras
les enfocaban en un acto dentro de un cuartel de la Guardia Civil.
Las presiones desde el otro
lado también eran potentes. Refiriéndose a una información mía sobre el vigésimo
aniversario del Parlamento Vasco, el portavoz del PNV José Antonio Rubalcaba,
llegó a decir en una tertulia radiofónica que TVE sólo utilizó testimonios de
políticos no nacionalistas. Era mentira, pero necesitaba soltarlo para añadir
que “no iba a decir nada más sobre el tema para que luego no le acusasen de la
responsabilidad del envío de cajas de puros a nadie”. Semanas antes, Carlos
Herrera había recibido una bomba escondida en una de esas cajas. El artefacto
no explotó y Herrera acabó marchándose durante un año sabático a Miami.
En julio de 2000 dije
basta. Alfredo Urdaci, a través de sus intermediarios en Madrid y Euskadi,
pretendía que en una información de Telediario sobre la detención de uno de los
asesinos de Fernando Buesa se dijese que había dado clases de inglés en la
misma ikastola donde el lehendakari Ibarretxe había matriculado a sus dos
hijas. Querían que aquella anécdota traída por los pelos ocupase una cuarta
parte de la noticia. Que fuese un detalle sin importancia o que las hijas del
Lehendakari y el etarra jamás hubiesen coincidido en la ikastola les daba
igual. Querían carnaza contra los nacionalistas. Aquel día dije NO, aunque
aquella intoxicación fue emitida en Telediario con la voz y la firma de otro.
Abandoné la información política de primera línea y me pusieron a hacer
deportes. Le di buena suerte al Alavés, al que seguí hasta la final de la Copa
de la UEFA que perdió en Dortmund frente al Liverpool. También coroné al
Baskonia como subcampeón de Europa tras una eliminatoria al mejor de 5 partidos
contra el Kinder de Bolonia. Todo ello en mi primera temporada como periodista
deportivo, aunque no abandoné por completo la información política, de Cultura
o Sociedad. Una redacción con dos periodistas no permite mucha especialización.
Entre 2000 y 2010 ETA
asesinó a 58 personas. A mitad de esa década hubo otra tregua táctica, rota en
2006 con la bomba de la T4 de Barajas. Gracias a aquel alto el fuego, en 2004 y
2005 no asesinaron a nadie. A mi edad, sólo he conocido 16 años enteros sin
crímenes terroristas: 1961, 62, 63, 64, 65, 66, 67, 70, 71, 99, 2004, 05, 11,
12, 13 y 14.
En 2008, fui a
Arrasate-Mondragón para informar sobre el asesinato del exconcejal socialista
Isaías Carrasco. Me encomendaron realizar labores de producción y coordinación
en el despliegue que hizo allí TVE. Viví doce horas de uno de aquellos
torbellinos informativos que pusieron patas arriba al país en vísperas de unas
elecciones generales. No tuve que intervenir en ningún directo ni escribir ni
una sola línea para la tele. Ya de vuelta en Vitoria, entendí que no debía
olvidar ni un solo detalle de aquella experiencia. Escribí a borbotones un artículo titulado “Mi Dragón va a Arrasarte” que fue la primera entrada de un blog al que llamé “Euskizofrenia”. Ahí sigo volcando mis análisis, mis
opiniones y ¿por qué no decirlo? el amargo líquido que, a veces, destila mi
vesícula biliar… Todo lo que ocurrió tras el asesinato de Fernando Buesa y mi
decisión de abandonar la crónica política a las órdenes de Urdaci lo conté en
una Mesa Redonda organizada por Zaitu en Vitoria en 2011. La transcripción de
mis palabras se puede leer aún en un artículo titulado “Manipulación informativa: daño colateral del terrorismo”, publicado en Euskizofrenia el 26 de febrero de 2011.
7 trabajadores de medios de
comunicación han sido asesinados por la violencia terrorista desde 1977. ETA
asesinó en 1978 a José María Portell (director de “La Hoja del Lunes” de Bilbao
y redactor jefe de “La Gaceta del Norte”), en 2000 a José Luis López de la
Calle (colaborador de “El Mundo”), y en 2001 al director financiero de “Diario
Vasco” Santiago Oleada.
Pistoleros ultraderechistas
asesinaron en 1989 en Madrid a Josu Muguruza, redactor jefe de “Egin” y
diputado electo de HB. En 1985, el corresponsal de “Egin” en San Juan de Luz Javier
Galdeano fue asesinado por el GAL. La ultraderechista “Triple A” envió sendas
bombas que asesinaron a dos conserjes de “El País” y “El Papus” en los años 70.
Otros muchos compañeros
sufrieron atentados y pudieron contarlo: Gorka Landáburu, Santiago Silván,
Aurora Intxausti, Juan Palomo, Carmen Gurruchaga, Mikel Muez, Pedro Briongos,
Enrique Ibarra, Carlos Herrera, José Javier Uranga, Jesús María Zuolaga, David
Jiménez, Raúl del Pozo, Alfredo Semprún, Agustín Yanel, Antonio San José,
Marisa Guerrero…
El policía francés Jean
Serge Nérin fue la última persona asesinada por ETA el 16 de marzo de 2010.
Ahora afrontamos una difícil tarea: cumplir el mandato de la Ley de
Reconocimiento y Protección Integral a las Víctimas del Terrorismo que, en su
preámbulo, menciona los cuatro principios que la inspiran: Memoria, Dignidad,
Justicia y Verdad. Impartir justicia no está entre mis competencias. Mantener
la dignidad, recordando mi verdad, sí. En ello estamos.
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