Cuando un Lehendakari deja el oficio hay que seguir llamándole Lehendakari. Lo dice una ley. Ellos nunca se jubilan. Es la única profesión sin ex. Pero hay lehendakaris y lehendakaris. Hemos tenido unos cuantos pero ni en esto nos ponemos de acuerdo los vascos. Serían siete si contamos a Ramón Rubial, que “sólo” alcanzó el grado de Presidente del Consejo General Vasco. En la lista hay que incluir también a un Lehendakari que “sólo” ejerció su oficio en el exilio, Jesús María de Leizaola. Presidió durante 20 años el “Gobierno Vasco de París”.
En Bilbao, capital del Mundo y de Euskadi (por mucho que digan en Vitoria) se ha puesto de moda levantar una estatua en recuerdo de algunos de los Lehendakaris Muertos (un grupo musical se bautizó así, para que se rasgasen las vestiduras los amantes del orden y el concierto –económico-).
José Antonio Aguirre nos contempla a todos los caminantes desde la altura de su pedestal en la calle Ercilla, muy cerca del Hotel Carlton en el que llegó a estar la sede del Gobierno Vasco al comienzo de la Guerra Civil. Al parecer, la idea se le ocurrió a Iñaki Anasagasti, quien propuso incluso el nombre del escultor al que habría que hacer el encargo: Francisco López (el Lehendakari Patxi no, otro…)
Al mismo lado de la ría, sin peana ni gabardina, mucho más campechano, Ramón Rubial ha sido inmortalizado en pleno gesto de caminar… Hacia delante y con las manos metidas en los bolsillos del pantalón… Mientras el primer Lehendakari del PNV está “quieto-parao”, el líder socialista se mueve. Agirre nos saca a todos una cabeza desde su pedestal, a Rubial le podemos mirar a los ojos de tú a tú, si nos atrevemos… Nunca hay que echar pulsos a las estatuas ni retarlas con bravuconería aprovechándonos de su aparente indefensión. Se suelen vengar cayéndose encima de nosotros cuando nos damos la espalda… Ramón Rubial ha tenido mucha más suerte que José Antonio Aguirre en la elección del artista que le ha inmortalizado. Para Rubial se eligió a Casto Solano, que hizo mucho mejor los deberes que Francisco López (el Lehendakari no, el otro).
Resulta curiosa la identificación que podemos realizar entre las estatuas de Agirre y Rubial y sus respectivas ideologías: conservador frente a progresista, inmovilidad frente a cambio…
El otro Lehendakari Muerto es Jesús María de Leizaola. Cuando volvió del exilio, tras un homenaje en San Mamés, transmitió sus poderes a Carlos Garaikoetxea en la Casa de Juntas de Gernika. Se le restaba así esplendor y ringorrango a la presidencia de Ramón Rubial, que según el mundo nacionalista es un Lehendakari de segunda ya que el Consejo General Vasco no era propiamente el Gobierno Vasco, sino sólo su embrión preautonómico. No deja de ser cierto que el pueblo no eligió a Ramón Rubial, pero tampoco a Jesús María de Leizaola.
El Lehendakari Zaharra, como se llamaba a Leizaola, durante el periodo que convivió en Euskadi con Garaikoetxea, también tiene estatua. Algunos intentaron que la obra del azkoitiarra Xebas Larrañaga se ubicara en el Paseo de la Playa de la Zurriola de San Sebastián. El sabio político nacionalista no tuvo tanta suerte y su figura de 300 kilos de bronce, vestido con gabardina y su inseparable sombrero en la mano, no puede disfrutar de la brisa marina del Cantábrico. Quedó confinada en 2007 en un patio de la Diputación Foral de Guipúzcoa.
¿Y qué haremos los vascos cuando –ojalá bien tarde- nos vayan abandonando los 4 lehendakaris que siguen entre nosotros vivitos y coleando? ¿Hay ya propuestas sobre dónde ubicar sus imágenes? Yo haré las mías.
Garaikoetxea bien merece salir de Bilbao para recordar en su patria chica que Nafarroa Euskadi da. Con permiso de UPN, habría que intentar colocarle la estatua a los pamplonicas. Imposible ubicarla en plena calle Estafeta porque los mozos podrían perder los dientes en los encierros de San Fermín al tropezarse con él. La Plaza de los Fueros podría estar bien. Garaikoetxea no es hombre al que le guste mezclarse demasiado con la chusma, así que mejor ponerle un pedestal de un par de metros de altura.
Lo de Ardanza es mucho más fácil. El vestíbulo de la sede central de Euskaltel le resguardaría de la lluvia. Un hombre que tanto hizo por su tierra y por su telefonía bien merece el cobijo de la empresa a cuyo destino unió su nombre en cuanto se jubiló de Lehendakari. Si la familia prefiere sacarle a la calle, bien podríamos proponer que la estatua se erigiese dentro de ese chalé que tiene en plena Reserva de la Biosfera, en Urdaibai, donde hizo obras de ampliación sin encomendarse a las instituciones públicas ni pedir permiso a nadie. Ardanza quería tener una planta más de vivienda, mucho más espacio habitable y una piscina. Si un Lehendakari quiere algo, lo hace y ya está. No hay más que hablar. Uno no se ha pasado la vida entera sacrificándose por el pueblo para que al primer capricho que tiene le digan que tiene que presentar no sé qué documentación en no sé qué solicitud… ¡Faltaría más!
Lo de Ibarretxe tampoco es difícil. La suya será una escultura ecuestre pero sin caballo. Sustituiremos el corcel por una bicicleta. Entre los 251 municipios de Euskadi abriremos una puja para decidir en qué carretera ubicar al de Llodio. No se descarta que la bici acabe en la cima del Angliru, mítico puerto de montaña asturiano que se dice suele ascender para demostrarse a sí mismo que uno de Llodio es capaz de alcanzar cualquier meta por difícil que sea. Dado que el Principado puede poner pegas, siempre nos quedará el puerto de Urkiola o la cima de Arlabán, a los pies de la Vírgen de Dorleta, patrona de los ciclistas.
¿Y qué hacemos con Patxi? En la calle Santa María de Portugalete, escenario de sus mejores momentos de poteador juvenil, ya nos han dicho que no hay bar que se atreva a admitirlo al pie de la barra. “Dejarían de entrar los de HB”. Lo de inmortalizarle fumándose uno de los 30 o 40 cigarrillos rubios que se trapiña cada día no parece contar con el visto bueno de las autoridades sanitarias. Se está estudiando la posibilidad de hacerle una estatua que refleje su principal mérito: haberse casado con Begoña Gil. Un tipo que ha hechizado con sus encantos a una chavala tan maja seguro que sabrá capaz de entender algún día hasta la última coma de los Presupuestos Generales de nuestra comunidad. Siempre será mejor que en la estatua doble aparezcan enlazados de la mano Patxi y Begoña que permitir el desafuero de poner su imagen delante de la Escuela de Ingenieros de Bilbao, en la que López debería haber sido capaz de sacar adelante una carrera decente, como le pidió su padre Lalo.
En Bilbao, capital del Mundo y de Euskadi (por mucho que digan en Vitoria) se ha puesto de moda levantar una estatua en recuerdo de algunos de los Lehendakaris Muertos (un grupo musical se bautizó así, para que se rasgasen las vestiduras los amantes del orden y el concierto –económico-).
José Antonio Aguirre nos contempla a todos los caminantes desde la altura de su pedestal en la calle Ercilla, muy cerca del Hotel Carlton en el que llegó a estar la sede del Gobierno Vasco al comienzo de la Guerra Civil. Al parecer, la idea se le ocurrió a Iñaki Anasagasti, quien propuso incluso el nombre del escultor al que habría que hacer el encargo: Francisco López (el Lehendakari Patxi no, otro…)
Al mismo lado de la ría, sin peana ni gabardina, mucho más campechano, Ramón Rubial ha sido inmortalizado en pleno gesto de caminar… Hacia delante y con las manos metidas en los bolsillos del pantalón… Mientras el primer Lehendakari del PNV está “quieto-parao”, el líder socialista se mueve. Agirre nos saca a todos una cabeza desde su pedestal, a Rubial le podemos mirar a los ojos de tú a tú, si nos atrevemos… Nunca hay que echar pulsos a las estatuas ni retarlas con bravuconería aprovechándonos de su aparente indefensión. Se suelen vengar cayéndose encima de nosotros cuando nos damos la espalda… Ramón Rubial ha tenido mucha más suerte que José Antonio Aguirre en la elección del artista que le ha inmortalizado. Para Rubial se eligió a Casto Solano, que hizo mucho mejor los deberes que Francisco López (el Lehendakari no, el otro).
Resulta curiosa la identificación que podemos realizar entre las estatuas de Agirre y Rubial y sus respectivas ideologías: conservador frente a progresista, inmovilidad frente a cambio…
El otro Lehendakari Muerto es Jesús María de Leizaola. Cuando volvió del exilio, tras un homenaje en San Mamés, transmitió sus poderes a Carlos Garaikoetxea en la Casa de Juntas de Gernika. Se le restaba así esplendor y ringorrango a la presidencia de Ramón Rubial, que según el mundo nacionalista es un Lehendakari de segunda ya que el Consejo General Vasco no era propiamente el Gobierno Vasco, sino sólo su embrión preautonómico. No deja de ser cierto que el pueblo no eligió a Ramón Rubial, pero tampoco a Jesús María de Leizaola.
El Lehendakari Zaharra, como se llamaba a Leizaola, durante el periodo que convivió en Euskadi con Garaikoetxea, también tiene estatua. Algunos intentaron que la obra del azkoitiarra Xebas Larrañaga se ubicara en el Paseo de la Playa de la Zurriola de San Sebastián. El sabio político nacionalista no tuvo tanta suerte y su figura de 300 kilos de bronce, vestido con gabardina y su inseparable sombrero en la mano, no puede disfrutar de la brisa marina del Cantábrico. Quedó confinada en 2007 en un patio de la Diputación Foral de Guipúzcoa.
¿Y qué haremos los vascos cuando –ojalá bien tarde- nos vayan abandonando los 4 lehendakaris que siguen entre nosotros vivitos y coleando? ¿Hay ya propuestas sobre dónde ubicar sus imágenes? Yo haré las mías.
Garaikoetxea bien merece salir de Bilbao para recordar en su patria chica que Nafarroa Euskadi da. Con permiso de UPN, habría que intentar colocarle la estatua a los pamplonicas. Imposible ubicarla en plena calle Estafeta porque los mozos podrían perder los dientes en los encierros de San Fermín al tropezarse con él. La Plaza de los Fueros podría estar bien. Garaikoetxea no es hombre al que le guste mezclarse demasiado con la chusma, así que mejor ponerle un pedestal de un par de metros de altura.
Lo de Ardanza es mucho más fácil. El vestíbulo de la sede central de Euskaltel le resguardaría de la lluvia. Un hombre que tanto hizo por su tierra y por su telefonía bien merece el cobijo de la empresa a cuyo destino unió su nombre en cuanto se jubiló de Lehendakari. Si la familia prefiere sacarle a la calle, bien podríamos proponer que la estatua se erigiese dentro de ese chalé que tiene en plena Reserva de la Biosfera, en Urdaibai, donde hizo obras de ampliación sin encomendarse a las instituciones públicas ni pedir permiso a nadie. Ardanza quería tener una planta más de vivienda, mucho más espacio habitable y una piscina. Si un Lehendakari quiere algo, lo hace y ya está. No hay más que hablar. Uno no se ha pasado la vida entera sacrificándose por el pueblo para que al primer capricho que tiene le digan que tiene que presentar no sé qué documentación en no sé qué solicitud… ¡Faltaría más!
Lo de Ibarretxe tampoco es difícil. La suya será una escultura ecuestre pero sin caballo. Sustituiremos el corcel por una bicicleta. Entre los 251 municipios de Euskadi abriremos una puja para decidir en qué carretera ubicar al de Llodio. No se descarta que la bici acabe en la cima del Angliru, mítico puerto de montaña asturiano que se dice suele ascender para demostrarse a sí mismo que uno de Llodio es capaz de alcanzar cualquier meta por difícil que sea. Dado que el Principado puede poner pegas, siempre nos quedará el puerto de Urkiola o la cima de Arlabán, a los pies de la Vírgen de Dorleta, patrona de los ciclistas.
¿Y qué hacemos con Patxi? En la calle Santa María de Portugalete, escenario de sus mejores momentos de poteador juvenil, ya nos han dicho que no hay bar que se atreva a admitirlo al pie de la barra. “Dejarían de entrar los de HB”. Lo de inmortalizarle fumándose uno de los 30 o 40 cigarrillos rubios que se trapiña cada día no parece contar con el visto bueno de las autoridades sanitarias. Se está estudiando la posibilidad de hacerle una estatua que refleje su principal mérito: haberse casado con Begoña Gil. Un tipo que ha hechizado con sus encantos a una chavala tan maja seguro que sabrá capaz de entender algún día hasta la última coma de los Presupuestos Generales de nuestra comunidad. Siempre será mejor que en la estatua doble aparezcan enlazados de la mano Patxi y Begoña que permitir el desafuero de poner su imagen delante de la Escuela de Ingenieros de Bilbao, en la que López debería haber sido capaz de sacar adelante una carrera decente, como le pidió su padre Lalo.
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Eduardo